Botas de lluvia suecas

Henning Mankell

Una de las lecturas que he podido gozar estos días de breve desconexión, ha sido el último libro que Henning Mankell escribió antes de morir. Siempre me ha sorprendido este escritor sueco, comprometido políticamente, poético y prolífico, al cual me aproximé a través de la lectura de las novelas policiacas, destacando una descripción del ambiente social sueco, de la geopolítica mundial (El Chino es un buen ejemplo), u otros relacionados con las diferentes redes de tráfico de seres humanos, de armas o de órganos, trazado toda esa artillería a través de un personaje normal, nada heroico, corriente, siempre abrumado en la melancolía, pero tenaz, comprometido socialmente, crítico con la sociedad actual: su inspector Wallander. Reconozco que esas lecturas me acompañarán siempre en los encuentros imaginarios humanos y naturales que he ido manteniendo con la literatura nórdica.
La lectura de este nuevo y último libro escrito por Mankell, la relacioné con un mensaje que envié en estas fiestas navideñas, días prolíficos de buenos propósitos, en él le decía a una persona, que disfrutáramos de los primeros días de invierno, y recordáramos que las arrugas de hoy al llegar la primavera recuperan nuevamente su tersura y fortaleza.
Recordé ese mensaje, cuando llevaba unas cuantas paginas leídas de este libro, navegando en las líneas de una fresca narración del otoño de la vida, sintiendo como el personaje muestra ganas de vivir, de entender, de formularse las viejas y eternas preguntas: quiénes somos, qué hemos hecho en la vida, qué errores hemos cometido, qué podemos hacer… Su vital lectura fija una estrecha afinidad por la vida sin que sea fruto de un buen propósito, sino que la vida, de por sí, vivirla, ya implica un gran propósito de energía y vitalidad.